El conflicto con el gremio del neumático, que tuvo su pico de crisis durante la semana pasada, dejó en la cuerda floja al ministro de Trabajo, Claudio Moroni. Tras ser ubicado desde hace mucho tiempo por la vicepresidente Cristina Fernández, dentro del lote de los “funcionarios que no funcionan”, el sindicalismo kirchnerista ahora también salió a manifestar su descontento y presiona por su salida. “Un conflicto sindical no puede durar cinco meses y habría que haber buscado otra veta para resolverlo”, señaló el titular del gremio de canillitas y dirigente cercano al moyanismo, Omar Plaini. Una crítica que, sin mencionarlo, tiene un único y claro destinatario. Durante los últimos y conflictivos días, varios funcionarios del Gobierno señalaron que la actitud conciliadora de Moroni no le permitió ver que el conflicto escale a niveles impensados. En paralelo, volvieron a quedar expuestas las diferencias y divisiones entre el kirchnerismo con la CGT y el Gobierno. En ese marco fue que el camionero, Pablo Moyano, también del sindicalismo K, amenazó con romper con la central obrera. “Alberto no va a entregar a Moroni”, aseguró un ministro, a pesar de los antecedentes del mandatario. El funcionario quedó muy debilitado por haber estirado la solución del conflicto a un punto dramático y dejándolo mal posicionado para las próximas negociaciones. Los sectores de “los Gordos” y “los independientes” de la central obrera están convencidos de que la vicepresidente quiere en esa butaca a alguien de su confianza, como Mariano Recalde y por eso respaldan a Moroni. Durante el conflicto del neumático, Cristina Fernández y Máximo Kirchner tejieron con Moyano una alianza táctica. Después de dejar trascender su enojo por no haber sido invitado a una cena en Olivos con los otros secretarios generales, el camionero tuvo su asado en la quinta presidencial. Le transmitió a Fernández los mismos deseos a los de la vicepresidente: una suma fija para todos y mayor intervención del Estado para controlar a las empresas alimenticias.
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